Ese jueves a las 9:30 el bus estaba esperándonos en el Colegio. Poco a poco, entre todos formando cadenas, logramos montar nuestras mochilas y cajas. Y puntuales, a las 10:00, ya habíamos dejado la ciudad, nuestros padres, nuestros miedos y todo aquello que a veces parece ser tan importante como la tele, el celular y la comida de mamá. Cuando llegamos a Duhatao inmediatamente comenzó lo difícil. Debíamos caminar unos 3 kilómetros de subidas y bajadas cargando nuestras mochilas, que plop!!!, recién ahí descubrí que debería haber sido más liviana. Pero no importa, sin mayor problema logré llegar al refugio, y con todos los chocolates que a ratos por el peso me arrepentí de cargar.
El refugio no era muy grande, pero era cómodo. El Staff nos indicó nuestras responsabilidades diarias y tuve la suerte de que a mi patrulla le tocó el cargo de “Honor”, que según nos explicaron significa que no lavamos la loza ni limpiamos el baño, que de todas formas nos tocaría otro día.
Las actividades comenzaron rápido. No tuve tiempo de pensar mucho cuando ya estaba arrastrándome por el barro y metiéndome al río a buscar la greda para hacer el talismán de mi diosa. Grité y grité para que se apuraran, porque quería ganar ese juego, pero yo también estaba cansado.
En la noche lo peor!! Ya era tarde. Hacía frió y de pronto sonó el pito afuera del refugio. Había que correr, pero yo tenía sueño. Todavía tenía en mi cabeza lo que conversamos en el Consejo de la Tarde con la patrulla acerca de mis miedos. En eso, la instrucción fue clara: Cruzar el bosque sin luz, de noche de un extremo al otro y solo!!! Imposible, si a lo que yo le tenía más miedo era a eso. Pero no había opción. Uno a uno partían hasta encontrar la luz de la lámpara al otro lado del bosque. Yo al principio tuve miedo, pero se me pasó luego, cuando recordé que en mi patrulla habíamos hablado de que no estaríamos solos. Cuando estuvimos todos en la luz sonaron los nueve pitos del gran silencio. Era hora de dormir.
Y así pasaron los días. Las levantadas eran temprano, a las 8:00 y la guitarra del staff molestaba, aunque eso era mejor que lo que venía después, cuando con tuto teníamos que correr y hacer gimnasia. Cuando el sol ya estaba sobre mi cabeza el juego tenía algo de río. O eran globos que apedrear, o eran los asistentes que recién promesados eran celebrados con un chapúzon. Ah, estuvo lindo eso. Una mañana, antes del trote aparecieron con sus mochilas los tres asistentes: Josef, Callo y la Pau. Nos contaron que habían partido en la noche a dormir al bosque para prepararse para hacer su promesa scout. La Pau se convirtió en el viento, Callo en un madero y Josef en un flamenco.
Los días estuvieron geniales. Tanto sol. Parecía verano. Callo nos enseñó a ubicarnos por la Cruz del Sur, y en las noches estaba siempre sobre el refugio. Era genial. A ratos nos juntamos en la “panticueva” y … mmm… puras historias.
El último día en la noche cerramos con un gran fogón. Las mapaches hicieron una canción re buena. Las panteras hicieron de… panteras, y los lobos y búhos nos reímos del staff. Cantamos varias horas. Lothar habló del gobierno, y Aedo se despidió cantando la “Micaela”. Callo se cayó al fuego, pero sin problemas, y el staff terminó con la canción de la noche. Luego los nueve pitos del gran silencio. A dormir, porque el campamento ya había acabado.
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